Qué sentido puede tener el No Hacer, tan familiar a la visión
taoísta de las cosas, en el contexto de nuestra agitada vida
contemporánea?
El No Hacer no es abulia, es como un ir y venir propio de la
dinámica de la vida. Tiene algo que ver con esa imagen clásica del
ojo del ciclón: en un ciclón, en una tormenta, hay una zona de
calma, el llamado ojo del ciclón. Está en el centro y se desplaza
con el ciclón.
Si tenemos en la vida una actividad desenfrenada, programada
contra el reloj, y no hay un ojo en la tormenta, terminaremos
siendo víctimas del estrés, nuestra vida será desequilibrada. Esto
es en realidad un problema de supervivencia, Cuando contamos con
ese espacio donde no ocurre nada, podemos estar relajados y al
mismo tiempo comprometernos en un hacer muy intenso. La relación
entre el No Hacer y .el Hacer es como un ir y venir.
En inglés hay un juego de palabras muy interesante, utilizado por
Francisco Varela en De cuerpo presente, su libro-puente entre la
tradición budista y las ciencias cognitivas occidentales. Cuando
se dice The eye of the storm, que significa el ojo de la tormenta,
se escucha como The I of the storm, que quiere decir el yo de la
tormenta. Esto alude al hecho que nuestro yo, que solemos concebir
como algo fijo, estable, sólido, según la psicología budista, por
el contrario, no es más sólido ni fijo que el ojo de una tormenta.
El tiempo de No Hacer es un tiempo para estar ahí simplemente.
Son tiempos o momentos que llegan naturalmente, como cuando
estamos en contacto con la naturaleza, cuando contemplamos una
puesta de sol, cuando nos ponemos bajo la luz de la luna,
Pero, a la vez, hay también vías y caminos que apuntan al No
Hacer. Si nos disponemos a No Hacer, esto podría parecer un
método, puesto en obra para alcanzar un objetivo. Otra forma de
seguir haciendo cosas. Pero no es así. Por ejemplo, en el zazen
(práctica de la meditación sentado en el budismo zen), uno se
sienta frente a un muro, sin ningún objetivo ni meta. No se sienta
allí para lograr algo, se trata tan sólo de estar ahí y resonar
con el ritmo del universo,
El tiempo del No Hacer, el zazen, y también el tai-chi están muy
cercanos. Por ejemplo. después de practicar tal-chi podemos sentir
la necesidad de sentarnos un tiempo, y ahí puede surgir un grado
de presencia o de transparencia en forma muy natural y espontánea.
Además, el tai-chi es algo muy simple y sutil. Empieza con un
movimiento deliberado, pero hay movimientos que cada vez van
saliendo de una parte más profunda de nosotros, hasta que salen
del centro vital (Hara). Así, este movimiento se convierte en un
hacer que no proviene del lugar desde el que uno actúa
cotidianamente. Esto se refleja de una manera muy somática: en la
vida cotidiana el movimiento de las manos y de los brazos suele
predominar, iniciado desde la cabeza o de las emociones. En el
tai-chi el movimiento viene del centro de uno mismo. La persona se
mueve desde su centro y ese movimiento se propaga a los brazos. A
través de este movimiento va experimentando un No Hacer desde el
punto de vista del actor dominante habitual. Este actor va dejando
de hacer y abandonando su lugar a un actor más profundo, Hay un
cambio de nuestro centro de gravedad.
Hay veces que podemos sentir esa necesidad de ponernos en un estado de No Hacer, igual como podemos desear sentarnos bajo un sauce en una tarde calurosa de verano. Otras veces es como algo que nos invade, que está siempre ahí y que siempre ha estado ahí, sólo que no nos habíamos sintonizado con ello. Es una manera de estar en el mundo, que viene naturalmente. Es una sensación directa, somática, como estar en un jardín y sentir que vemos por primera vez el color de las flores o la presencia de un arbusto. Y así nos damos cuenta, por contraste, que la mayor parte del tiempo hemos estado viviendo en un. mundo plano. En cambio, en estos otros momentos sentimos una profundidad que nos hace ver en tres dimensiones. Experimentamos así una sensación de espacio y de presencia.
Evocando experiencias de otras personas, recuerdo que Krishnamurti en algunos de sus libros describe experiencias muy personales de este tipo. Y es interesante, porque él habla de la no-práctica. Krishnamurti no está de acuerdo con la práctica, ni siquiera con la de la meditación y, menos aún, con una tan específica como el tai-chi. Para Krishnamurti, las experiencias más interesantes tienen que ver con la naturaleza, con la percepción, la energía, la presencia. Eso no está propiamente inscrito en una práctica, es algo que puede ocurrir en cualquier momento a cualquier persona. Es como vivir en forma diferente o como retornar a la condición que debiera ser la normal.
El No Hacer puede ser tanto una práctica.como el ir y venir de la vida. Yo acepto ambas facetas: participar en prácticas formales y dejarse invadir por ese ir y venir.
El No Hacer está muy relacionado con la actividad del inconsciente, con el hacer del inconsciente, en el sentido positivo del término. El relajar nuestro intento de construcción, programación y planeamiento consciente de toda la vida, nos vuelve más receptivos a lo que se podría llamar la sabiduría del Inconsciente. Sentimos así un contacto con algo más profundo y perspicaz que nosotros mismos. La relación entre el consciente y el inconsciente podría describirse por la imagen del iceberg: el ápice encima del agua y la mayor parte bajo ésta. En mi experiencia, siento que en esa parte bajo el agua. está mi centro de gravedad. Cuando hay un mayor contacto con el ínconsciente, si realmente no lo hacemos activamente sino que actuamos como desde el ojo del ciclón, hay un flujo de energía que emerge de la parte baja del iceberg. Eso es algo que se puede sentir concretamente. Como consecuencia práctica de este contacto nos conectamos con una fuente de energía que puede ser muy fuerte, que incide en nuestra capacidad de trabajo, en nuestra resistencia física y, seguramente, influye a nivel fisiológico en el sistema inmunitario, por ejemplo. Repercute en todo el cuerpo.
El No Hacer incide también en el aprendizaje. La tensión del Hacer voluntarioso suele ser aquí el peor obstáculo.. Por el contrario, el No Hacer, que implica la relajación de este intento, nos permite situarnos en una postura en que la energía circula más libremente, aumenta nuestra receptividad y se despliegan nuestra intuición y creatividad. Posibilita comenzar a aprender con el cuerpo, dejando de apoyarse en el discurso verbal dominante. Y, justamente, este aprender con el cuerpo es percibido como un No Hacer por nuestro ego habitual.
Puede ser que todo esto no nos resulte fácil si no podemos detener nuestra actividad, si nos parece imposible darnos un espacio para el No Hacer. Frecuentemente decimos: No tengo tiempo para…., estoy tan ocupado que no puedo … . Pero una cosa fundamental es empezar apoyándose en aquello con lo que tenemos más contacto. Si alguien está lanzado en una actividad delirante y le dicen que sería muy bueno que se sentara a meditar, la persona dirá que lo ve como imposible. En esos casos, comenzaría con el cuerpo. Un mínimo de trabajo con el cuerpo influye mucho en nuestro estado de ánimo. El movimiento lento, a un ritmo que no es el usual, cambia inmediatamente la actitud de agitación. Hay algo automático en esto. Está dentro de lo posible porque toda persona se siente capaz de controlar el cuerpo. Variar el ritmo del movimiento es algo accesible a todos, y, a partir de ese cambio, puede empezar a surgir una actitud que mira el transcurrir de las cosas: es el impulso inicial y posibilita el paso siguiente.
Jorge Soto Andrade